Travesía de la Virgen hacia un compromiso personal.

Por: Francisco Rodés.*
Lo supe esta semana que concluye, cuando vi un movimiento inusual en mi barrio; muchas personas comprando flores amarillas, especialmente girasoles, y dirigiéndose al parque donde confluyen la Carretera Central y la Vía Blanca que va a Varadero, lugar en el que el tráfico era interrumpido por las multitudes y la Policía controlando la circulación de carros. En medio de una emocionada muchedumbre que entonaba canciones y ofrecía sus ofrendas floridas estaba la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, la Patrona de Cuba como le llaman los católicos, que iniciara su peregrinación por el país –por primera vez desde que triunfara la Revolución en 1959– con un mensaje de reconciliación nacional y que concluirá en La Habana el 10 de diciembre de este año.
El espectáculo este que se repitió aumentado, días después, al ser trasladada desde la iglesia de La Milagrosa hasta la Catedral. Algo que, realmente, nadie pudiera haber imaginado unos años atrás en nuestro país. Señal de los nuevos tiempos en los que la religiosidad del pueblo se expresa públicamente y sin tapujos.
Varios vecinos, que estuvieron presentes, regresaron con rostros satisfechos: “Oiga, qué lindo estuvo eso”, me dijo uno que no es practicante católico. Ver la alegría de los cánticos y la multitud en fiesta era algo digno de admirar. Otra persona, que fue llevando sus flores, me comentó “he cumplido con mis antepasados”. Me atrevería a afirmar que el 95 por ciento de quienes aclamaban a la virgen no eran católicos practicantes, sino tienen esta devoción como herencia familiar.
Yo recordé a mi abuela, devota de la Virgen del Cobre, con sus imágenes en un rincón de su cuarto. Ciertamente la devoción a la Virgen tiene raíces muy profundas en nuestro pueblo. La versión Mambisa, que es la que nos visita en estos días, fue muy apreciada por los patriotas que luchaban por la libertad en las guerras de independencia y los guerrilleros revolucionarios que bajaron de la Sierra Maestra, en el año ’59, traían, muchos de ellos, la estampita de la virgen colgada al cuello.
Como evangélicos, que tenemos otros enfoques, algunos, por qué negarlo, son muy agresivos en torno al tema. Confieso que no me sentí molesto, sino que vi con cariño a las familias humildes del pueblo expresar su fe, su amor por una devoción que viene de sus ancestros. La gente expresa su agradecimiento porque, en algún momento de peligro o enfermedad, invocaron el amparo de la virgen y sienten que han sido oídas sus peticiones. Allá en el Santuario Nacional del Cobre uno puede ver las vitrinas llenas de estas expresiones de gratitud, objetos personales, medallas de la guerra, incluida una medalla de premio un Premio Nobel, infinidad de objetos que expresan lo que la gente cree fue un milagro de la virgen lo que ellos recibieron.
Es curioso que cada país de América Latina cuente con una aparición de su virgen propia. La más famosa quizás es la de Guadalupe, en México, con un arraigo increíble en ese pueblo, todas viniendo de tiempos fundacionales de cada nación. Y es de destacarse que cada una aparece ligada al pueblo humilde, en el caso mejicano al indio Juan Diego, en el nuestro a los tres trabajadores que iban en el bote, un indio, un negro y un blanco. ¿Por qué –nos preguntamos– de estas epifanías vinculadas a la figura femenina y en relación con el pueblo humilde? No cabe la menor duda de que son unas expresiones religiosas alternativas a una religión ligada a los poderes dominantes, a las clases ricas, que expresaban un dios patriarcal, severo, exigente de obediencia y sacrificios.
Las vírgenes aparecen como la madre protectora, amparo y refugio del desvalido, expresión de compasión y ternura. Son, por qué no decirlo, el rostro maternal de Dios que la doctrina ortodoxa patriarcal de la tradición ha oscurecido.
Dios Padre es también Dios madre. En Él no hay el género que existe en los humanos. Su compasión y ternura son testimoniadas por muchos textos de la Biblia.
En la doctrina católica las epifanías femeninas están vinculadas a la virgen María, la madre de nuestro Señor. Por esto, los cantos van dirigidos a ella, aunque el pueblo sencillo no lo perciba tan claramente.
También, para la gente humilde, el papel principal de María es conducirnos a Jesús. “Hagan todo lo que él les mande”, dice ella en las Bodas de Caná. De modo que el camino de María conduce a Jesús, y si no conduce a Jesús, entonces nos hemos quedado en el primer grado de la escuela, buscamos en la fe, solo amparo, consuelo y alguien que escuche nuestras peticiones en tiempos de crisis. Una fe solo centrada en nuestras necesidades y anhelos personales tiene su lugar, pero no nos ayuda mucho a crecer como personas.
El texto de Mateo 16.24, contiene las lapidarias palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Jesús no ofrece amparo y seguridad, sino el riesgo, la renuncia al yo, el caminar en su propio camino de sacrificio. Nos invita a dar un paso dejando atrás la personalidad egocéntrica, superando el limitado mundo que nos hemos construido, de aspiraciones de felicidad basada en la posesión de cosas, en el disfrute egoísta de la vida. Jesús no invita al sacrificio por el sacrificio mismo, eso sería una forma de narcisismo. El sufrimiento no tiene en si ningún valor. Jesucristo nos invita a la transformación interior de nuestras vidas, a colocar en el centro, no el interés personal, sino el ser humano que se goza en ser instrumento de bien, un canal de bendición para otros. Es una transformación total de todo lo que hemos aprendido desde pequeños, dejar que nuestro ego, vanidoso, violento, ambicioso, sea cambiado por la verdadera vida, la liberación total de esas cadenas, vivir libres para Dios y para el prójimo, ser fuentes de vida, de paz y amor.
Por eso se trata de tomar la cruz. Como dijo Pablo, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y no vivo ya yo, sino que vive Cristo en mi” (Gálatas 2.20).
Este es el camino de Jesús. Requiere un convencimiento muy fuerte, una disposición total a seguirle en cualquier circunstancia. Se trata de una entrega del timón de nuestras vidas, no importa dónde nos lleve, es una aventura para siempre. Conoceremos el amor de Dios, nuestros ojos se abrirán a la belleza de la presencia divina en la vida cotidiana, en cada gesto, en cada flor, en cada sonrisa de un niño. Porque en realidad es empezar a vivir. Este es el camino que se abre ante nosotros, si nosotros nos abrimos a Jesús.
*Pastor bautista. Miembro de la pro oficialista Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba. Es profesor en la Cátedra de Filosofía e Historia, del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, Cuba.
Fuente: ALC

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